En nuestro mundo de rampante “individualización», las relaciones son una bendición a medias. Oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla, y no hay manera de decir en qué momento uno se convierte en la otra.

Zygmunt Bauman

Amor liquido, 2003

Manuel Antonio Dominguez (Villablanca, Huelva, 1976), es uno de los nombres de la joven generación de nuestro país vinculados con mayor intensidad a la práctica del dibujo. En efecto, aunque su trabajo contempla también el empleo de otras disciplinas, como la fotografía, los objetos, el video o la instalación, desde el comienzo de su carrera el dibujo ha supuesto para él el medio principal que le proporciona todos los registros y cualidades con las que organizar su particular discurso.

Manuel Antonio Dominguez aborda su mundo figurative de prolijas narraciones con técnica minuciosa y, por momentos, deslumbrante; se trata de un dibujo realista, de línea clara y muy definido, que se completa con la acuarela y el guache, y donde el color se encuentra siempre atemperado, predominando los blancos del fondo -de hecho la línea de horizonte y el contexto espacial de sus escenas suele haber desaparecido por completo en el plano del papel-, mientras que los efectos casi fotográficos, centellean en medio de un juego constante de planos y volúmenes más o menos desarrollado.

El artista a menudo emplea también otros soportes no convencionales, como mapas, ilustraciones de antiguos Atlas escolares, fotografías de época, plantillas docentes, incluso croquis arquitectónicos o bocetos de decoración, a los que superpone sus marañas y amontonamientos característicos, propiciando comentarios lúdicos,  ironicos, ácidos -a veces muy divertidos-, de la imagen de partida. Esta voluntad suya por conseguir lecturas inesperadas de determinados elementos ya dados -desde referencias de la Historia del Arte a situaciones cotidianas actuales-, vertebra el núcleo temático que, a lo largo de toda su carrera, podemos considerar como la clave principal de su proyecto: las ambigüedades asociadas a la imagen y los arquetipos de la masculinidad. En efecto, el trabajo de Manuel Antonio Dominguez se inscribe de una manera muy singular en lo que se han dado en llamar «discursos de genero», interesado como esta en analizar las cuestiones que afectan a nuestra comprension construction y valoracion colectiva de los roles del hombre, del varon, del homosexual, del macho, del afeminado, del lider, del padre de familia, del poderoso, del sometido, etcetera. El artista no aborda estas cuestiones de manera dogmática ni bajo una perspectiva de militancia previsible, optando más bien por enfrentarnos a situaciones complejas y ambiguas, donde el espectador se encuentra con multitud de referencias cruzadas, a veces paradójicas o incluso contradictorias entre sí, que le obligan a replantear su posicionamiento inicial.

Más allá, el atractivo en la enunciación de su propuesta, con ese dibujo suyo tan sujeto al orden de la representación, tan aparentemente ligado a la tradición y la obra de arte convencionales, a la Academia y el virtuosismo, resulta al cabo una feliz estrategia para mantener vinculado al piano de conflicto incluso a ese espectador que de manera espontánea rehuiria este tipo de cuestiones. Así, podemos afirmar que la destreza de Manuel Antonio Dominguez en el dibujo es una herramienta más que se pone al servicio de la denuncia soterrada de situaciones duras, injustas e incluso dramáticas, en lo que a la crítica de convencionalismos, maniqueísmos e hipocresía se refiere.

Pero sin duda que esta actitud combativa se articula -por momentos hasta el escarnio y la sátira- sobre todo en la organization de sus desconcertantes relates visuales, protagonizados por un universo de personajes predominantemente masculinos, enfrascados en actividades difíciles de determinar con precisión, en medio de complejos escenarios donde la realidad se entremezcla con la tramoya teatral y la fiction. Todo al borde del surrealismo, diríamos, en cuanto que el absurdo o la precariedad del sentido parecen estar detrás siempre de estas escenas prolijas en detalles, abigarradas por multitud de elementos en principio incongruentes que se repiten a modo de estribillo: imperdibles, correas, cuerdas, andamiajes, uniformes y trajes, escaleras, muletas, tuberías, banderines… En medio de este desorden aparente, pero impecablemente compuesto a nivel formal, aparecen sus hombres. Hombres que se nos presentan determinados por su físico, atuendo o pertenencia al grupo. La mujer raramente interviene en las relaciones, públicas o privadas, que los personajes masculinos establecen entre sí. El mundo corporativo y empresarial, el del poder economico y politico, el de los deportes de equipo, la camaradería y los iniciáticos del adolesecente, o ciertos entornos profesionales (la construcción, el siderometalúrgico, el transporte, las fuerzas de seguridad) componen el telón de fondo en su quehacer, configurando al mismo tiempo una imaginario excluyente, dominado por figuras y actitudes tradicionalmente asociadas a la masculinidad, en las que también hay que tener en cuenta la enia y la nacionalidad. 

Más oblicuamente, la idea de aventura (campamentos, camaradería, competitividad, lucha, riesgo, violencia), las de potencia física y de los atributos de fuerza, solidez, seguridad y dominio, conforman otra tensión latente en este trabajo que, en ocasiones de manera desinhibida, organiza comentarios homoeróticos más o menos explícitos. Así, interactuando entre ellos, con desproporciones evidentes entre sus escalas (como Gulliver entre los liliputienses), estos hombres suelen destilar, aunque sin confesarlo de manera explícita, su ligazón con el imaginario más estereotipado del mundo gay: barbudos camioneros y leñadores con sus camisas de cuadros y rudo aspecto, propios de la estética bear; atractivos adolescentes o jovencitos tipo surfista; ejecutivos trajeados, atletas, soldados en ambientes de vestuario…

Manuel Antonio Dominguez ha firmado durante muchos años su obra como H.S.C., el Hombre Sin Cabeza. Y, en efecto, esa figura guillotinada es recurrente en su trabajo desde el principio. A menudo, parecen maniquíes de escaparate, de aquellos de medio cuerpo con que el ramo muestra tradicionalmente las novedades comerciales de camisas, chalecos, polos, jerseys, americanas, corbatas… Y en esa línea, la importancia de lo que visten esos extraños personajes de atrezo, sobre cuyo rostro no podemos concentrarnos, resulta decisiva. Porque no es la psicología individual lo que aquí importa. Otras veces, los inquietantes hombres que han perdido la cabeza (enloquecido, quizá?, tarambanas, descerebrados, gente absurda, desquiciada, terriblemente ofuscada?) se muestra de cuerpo entero, ofreciéndonos con más claridad la imagen anónima de la masculinidad trajeada, el prototipo del hombre de bien, cabeza de familia, perfectamente integrado en su medio, paladin social y profesional, bajo los cánones de la cultura occidental moderna y del capitalismo triunfante… pero al que algo le falta. Algo no funciona ahí: impecablemente vestido para sus funciones públicas, ese hombre sin cabeza (autentico Der Mann ohne Eigenschaften!) renuncia al traje oscuro, a la raya diplomática, y para su propio escarnio, Manuel Antonio Dominguez nos lo muestra ridiculamente atildado con un traje rosa! La intención del artista, llegado a este punto, ya no ofrece dudas: el arte ha de encargarse de desenmascarar el poder de lo falso, obligando a este modelo a comportarse medio en serio medio en broma. Lo que esperamos del hombre común se ve refutado aquí una y otra vez.

La relación estable, ha titulado el artista esta exposición, en un juego que alude tanto al tópico sobre la promiscuidad en el seno de las relaciones homosexuales, y en general del mundo gay, como a la idea de que en nuestro presente por lo general priman las relaciones -de todo tipo, no solamente afectivas o sexuales- líquidas (Bauman), ajenas a cualquier formato previsible, estático e invariable. Pero más allá, esa relación estable en cuestión es la que afectaría a las figuras aquí protagonistas con su significado tradicional. Las poses y actitudes, sentido de la escena, lo que apuntan los objetos que se acumulan en estos dibujos alrededor de los hombres y jóvenes que los ocupan antes que enunciar cualquier proposición clara sobre si mismos construyen un andamiaje provisional de acuerdos y contactos de cuyo sentido no podemos estar muy seguros. Intuimos ciertas tensiones (está todo tan desordenado, parece todo tan precario, las tiranteces, canalizaciones, elasticidades cruzan de un lado a otro: las físicas, las simbólicas, las formales), y en medio de esa incertidumbre se concreta un clima, una atmósfera, cierto perfume inaprehensible que es más fácil percibir que describir. Es una estrategia textual muy refinada, y el resultado es sorprendente: todos podemos entender de qué va la cosa, pero nadie puede señalar el punctum donde se aprieta el argumento, el momento pregnante, el centro del cuadro, la clave que desencripta los temas…

Buenas noches para todos. Yo creo que el hombre se complementa al hombre. Mujer con mujer, hombre con hombre. Y también mujer a hombre, del mismo modo. en el sentido contrario.

Veronica Velasquez, Miss Antioquia, en respuesta a la pregunta sobre si la mujer es el complemento del hombre. Gala Miss Colombia, 2009

En cualquier caso, en esas facetas inesperadas comentadas que las imágenes nos descubren reprimiendo en su interior, y que aquí se revelan a la mirada a partir de entrar en contacto con alusiones, indicios, gestos leves que el artista pone en marcha a su alrededor, se muestra de la mejor manera posible que todo cuanto acontece en torno a las cuestiones de género es una construcción colectiva; algo que empieza por la position, por la naturaleza que cada uno de nosotros decidimos otorgar a lo que miramos, y en la que seguramente proyectamos tantos miedos como anhelos, tanta fantasía como deseo, tanta verdad como mentira. Como se mira, pues, a una mujer o a un hombre, imprime sobre ellos una presión desde el exterior que acaba modelando su figura pública, esa a través de la cual se mostraran efectivamente, tanto a nosotros como al resto. Manuel Antonio Dominguez ha trabajado a lo largo de los años insistentemente sobre el tema, y en esta exposición culmina no sólo el dominio su prodigiosa técnica dibujística, que le pone a la altura de los mejores entre los de su ramo en nuestro país, sino también su increíble facultad de hacer decir a las imágenes lo que callan, cuanto reprimen o silencian; lo que quizá ni ellas mismas sepan. Y lo hace sin apenas forzarlas; acariciándolas más bien. ¡Señoras y señores, pasen y vean!

Oscar Alonso Molina Madrid, Junio 2018

La relación estable

acuarela sobre papel //
Friso de 16 metros compuesto por 8 piezas de 200 x 100 cm
2017

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